La trampa de exigirme tanto
¿Qué pasa cuando el compromiso se convierte en una carga silenciosa? Una reflexión íntima sobre exigencia, perfeccionismo y la dificultad de parar sin culpa.
Desde Filosofía en la Red queremos abrir un nuevo espacio dentro de Στοά, nuestro newsletter: un rincón más personal, reservado para quienes nos apoyan con su suscripción premium.
En este espacio, Miguel Ángel —responsable del proyecto— comparte, de tanto en tanto, una reflexión escrita en voz baja. No son artículos ni ensayos, sino fragmentos nacidos de la experiencia: ideas sueltas, pensamientos vividos, preguntas sin respuesta. Palabras que no buscan explicar, sino acompañar.
Filosofía en la Red seguirá siendo siempre un espacio sin muros de pago, gratuito y comprometido con acercar el conocimiento.
Pero a veces, entre lo público y lo íntimo, nace algo distinto. Esta sección es eso: una habitación pequeña, encendida en silencio, para quienes desean quedarse un poco más.
Gracias por hacer posible que este proyecto siga siendo libre y abierto a todas las voces.
A veces me descubro mirando el reloj justo cuando cae la noche; no porque tenga algo pendiente, sino porque todo sigue pendiente. Y me digo, casi sin querer: “ya va siendo hora de parar”. Pero no paro. O si paro, no descanso. Porque el descanso exige una especie de tregua interna, y hay días en que esa tregua simplemente no llega. No lo digo desde un lugar oscuro, ni busco dramatismo. Lo digo con la misma voz con la que me digo cosas a mí mismo cuando me dirijo hacia el trabajo, en silencio, pensando si ya se publicó el texto del día, si todo salió bien, si valió la pena. Porque esa es la trampa: que casi siempre sí vale la pena. Y sin embargo, uno se desgasta igual.
Hay una carga invisible que viene con los proyectos que uno ama. No es una imposición, ni un mandato ajeno. Es algo más íntimo: el deseo de no fallar. De estar a la altura. De sostener lo que uno mismo puso en movimiento. En mi caso, esa máquina —llamada Filosofía en la Red— no se detiene. Publica cada día. Y aunque eso me llena de sentido y orgullo, también me exige más de lo que a veces tengo.
No suelo hablar de esto. En parte porque no quiero que se confunda con queja, y en parte porque no sabría cómo hacerlo sin sentir que estoy traicionando ese pacto secreto que tengo conmigo mismo: “sigue, Miguel Ángel, sigue”.
Pero hoy, por alguna razón, me detuve un poco más. Tal vez porque ese “sigue” ya empezaba a sonar como una orden que venía de afuera, aunque en realidad brota de dentro. Tal vez porque el cansancio se volvió más que físico. O tal vez porque necesitaba escribirte esto, y no supe —o quise— esconderlo del todo.
Este año me está costando mucho programar contenidos con semanas de antelación para la Plataforma. No porque no lo intente, sino porque la vida pasa, los múltiples proyectos de Filosofía en la Red me absorben, los imprevistos ocurren. Así que trabajo todos los días. Literalmente. Y eso tiene un precio. No siempre alto, pero constante. Como una gota que cae. Y a veces cala.
Pero hay cosas que solo se entienden cuando uno se atreve a mirar más de cerca…