Exégesis al libro del Éxodo: elementos míticos
Exploramos la narración del Éxodo, centrándonos en la fecundidad patriarcal, el origen de Moisés y cómo el desierto solidificó la fe del pueblo elegido.
Hace algún tiempo1 elaboré un análisis histórico-crítico de la narración medular del libro Shemoth [segundo libro de la Torah judía o el Pentateuco cristiano] aunque es conocido mundialmente como el libro del Éxodo debido a la traducción del nombre que hizo la Septuaginta [traducción en latín de los textos hebreos] que lo tituló como partida.
Personalmente, me fascina este tipo de exégesis [interpretación crítica], ya que, al no buscar demostrar o no los hechos y sucesos narrados en los diferentes libros sagrados, se analiza el motivo del porqué los encontramos: el motivo espiritual del autor.
La fecundidad patriarcal
La narración dice que llegaron setenta personas a Egipto (Ex 1, 5), y al afirmar que estos setenta se convierten en un pueblo, se refiere a que gracias a la bendición divina se han convertido en un pueblo temido [por el faraón]. El pueblo en Egipto es el de la promesa de Abraham [versículos 1 – 7], por eso la protección de YHWH caerá sobre ellos posteriormente. Es un pueblo que “llenó” la tierra, una afirmación teológica [para demostrar que Dios cumple sus promesas incluso en tierra extranjera] porque históricamente el pueblo judío solo habitó como un pequeño grupo en la zona del Delta del Nilo.
Origen de Moisés [nacimiento y nombre]
Los redactores del texto Sagrado lo hicieron después del exilio, y es por eso que intentan llenar huecos de la memoria apoyándose de mitos babilónicos2 [el rey Argón II de Akkad] y egipcios [Sinohé] para dar un origen concreto a su libertador.
El Señor saca a Moisés para que este saque a su pueblo. Se presagia su futura misión: Moisés es salvado para salvar, y separará las aguas que deberían de haberle dado muerte [de niño] y a su pueblo [cuando cruza el mar]. La narración se detiene en la cesta, en hebreo tebah, misma palabra con la que designa al arca de Noé. Esto es una analogía teológica: el futuro de la nueva humanidad y el futuro del pueblo elegido son depositados en una tebah, seres indefensos que navegan en un mar de muerte.
Si buscamos un significado Cristocéntricamente de la narración, este es el que también Jesús, el niño en un pesebre, condenado a muerte por Herodes, es salvado para posteriormente salvar al nuevo pueblo de Dios [la Iglesia]. También nos indica el cómo desde niño estaba destinado a una misión específica por Dios, a eso se debe que su salvación fue tan especial. Ese es el motivo por el cual el hagiógrafo3 le da ese peculiar nacimiento a Moisés.
Se cree que Moisés provenía de la familia real, pero se rebeló contra su pueblo y apoyó al grupo de esclavos, es por eso también que se le da un ceno hebreo para no causar conflictos con el pueblo judío. El nombre de Moisés, Moshe [en egipcio mosis], es la parte final de un sustantivo teóforo4, que significa “hijo de”, al que se le anteponía el nombre de un dios egipcio que simbolizaba que dicha persona era protegida por esa divinidad. En el relato bíblico se dice que el nombre de Moisés proviene del hebreo “meshah”, explicación que viene de la tradición del AT de explicar los nombres según su semejanza por sonidos de palabras hebreas, y etimológicamente lo explican como: “el sacado de las aguas”. Seguramente Moisés llevaba el nombre de algún dios egipcio, pero la tradición judía lo eliminó, y le dejó solo la terminación “moisés” [mosis]. Probablemente, el hagiógrafo pretende simbolizar la salvación de Israel que será “salvado” de las aguas del mar Rojo.
Huida al desierto de Madián
Se asemeja con el exilio que sufre Sinohé; el autor sagrado saca a Moisés de Egipto para que este recupere la vida patriarcal. Esta huida lo sitúa en territorio de otro hijo de Abraham. Allí recupera la vida de sus antepasados y encuentra al Dios de sus padres. La salvación comienza con un venir a menos del salvador. [cf. Flp 2, 5-8]. El desierto pudiera ser no un lugar geográfico, sino una posición, una actitud personal. El desierto es el camino de los profetas y de Jesús mismo. En todos los casos hubo un irse y un volver. Uno se va al desierto, pero no para quedarse allí, sino para regresar hecho una mejor persona. La persona ahora tiene más conciencia de sí mismo, ahora tiene algo para dar a otros porque la misma persona ha reflexionado, es más madura y posee algo más de sensibilidad.
La zarza ardiente
Moisés es llamado como Amós, de pastor a profeta. El “Ángel del Señor” [forma de llamar al espíritu de YHWH] se presenta como una llama en una zarza. Es una íntima teofanía5 altamente dramatizada para exaltar la llamada de su libertador a liberar la opresión egipcia. Es una visión. El fuego es una forma normal de manifestarse la divinidad.
La reacción natural del hombre ante Dios es el temor, el temor de Moisés parece relacionarse con la creencia de que contemplar el rostro de Dios es mortal.
Israel, ya exiliado de Egipto, saldrá a rendirle culto a YHWH en el Sinaí, el que vea Moisés a YHWH en ese lugar (en el Horeb) simboliza la futura experiencia que toda la nación recibirá en la Montaña Sagrada, lugar donde se formará como pueblo de Dios.
Nombre divino
Es de la tradición E y P6, en donde teológicamente se ve a la era mosaica como la primera en donde se le llamó a Dios por un nombre propio. Un nombre para los antiguos semitas pretende determinar la naturaleza de una persona o de un ser. El nombre se identifica con la persona, le da su “misión”. Ser una persona sin nombre es no ser persona, y según esta percepción mosaica, ser un dios sin nombre es no ser un dios. Se necesita que el Dios que libere al pueblo de la opresión tenga un nombre, ya que este le da una “identidad” propia a Dios, es por eso que Moisés le pregunta el nombre a Dios. «Yo soy el que Yo soy» («El que Hace que sea lo que existe») sería la traducción bíblica popular del nombre, dándole el atributo de Creador y Hacedor de todo, el nombre hace que Dios sea alguien “real”. Al decir “Yo estaré contigo” [cf. Ex 3, 12] denota la incapacidad del enviado y exalta la palabra del Dios que lo envía. Este Nombre Divino es misterioso como Dios es Misterio; expresa mejor a Dios como lo que Él es, infinitamente por encima de todo lo que podemos comprender: es el “Dios escondido” (Is 45,15), su nombre es indecible (cf. Jc 13,18), pero es el Dios que se acerca a los hombres.
El nombre de YHWH expresa la esencia, la identidad de una persona y el sentido de su vida. Dios tiene un nombre. No es una fuerza anónima. Comunicar su nombre es darse a conocer a los otros. Es hacerse a sí mismo accesible, capaz de ser más íntimamente conocido y de ser invocado personalmente.
Conocer el nombre de Dios es intimar con Él, conocer su forma de actuar y su proyecto. Solo los íntimos de Dios conocen su nombre. El nombre es la garantía para el enviado y para los destinatarios del mensaje. Se da el nombre como una invitación a creer y a confiar en Dios. Es un Dios real, que asiste donde y cuando quiere, es personal, activo, cercano, poderoso y providente, compañero de quienes se comprometen.
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