La medicina también es una ciencia humanística
La medicina es una disciplina científica, pero también es profundamente humanística. La medicina cura, pero sobre todo cuida.
Hipócrates, padre de la medicina, consideraba que esta ciencia curaba a algunos —siendo consciente de que no lo podía hacer con todos—, que, además, la medicina también trataba a muchos —aunque alguno quedaba para quien no había tratamiento posible— pero, a pesar de todo esto, no dudaba de que esta ciencia debía de tranquilizar a todos. La medicina nace así como una ciencia estrechamente ligada al humanismo, a ideales humanitarios, y cuyo campo de actuación no se limita al curar, sino que abarca también el cuidar. Porque incluso cuando ya no se puede tratar una enfermedad, siempre se podrá seguir acompañando al enfermo. La medicina también es una labor de acompañamiento, una labor humanitaria.
Hoy en día, desde que somos pequeños estudiantes, se nos insta a elegir un camino, a centrarnos en una rama de estudios. O eres de ciencias o eres de letras. A esto se le añade que cada vez se nos exige una mayor especialización. Elegir una sola ciencia de entre todas ellas ya no es suficiente, sino que además tenemos que escoger una única especialidad dentro de esa ciencia elegida. De esta forma, parece que la medicina es un camino aislado de las ramas de estudio más humanísticas y, sin embargo, la labor humanitaria que exige esta ciencia implica una conexión con los estudios más cercanos a la rama de las humanidades. La ética y la bioética, por ejemplo, son campos de estudio propios de las humanidades, pero que influyen activamente en la labor de un médico, pues, a las altas tecnologías que se están desarrollando en el ámbito médico, hay que llenarlas de interacción humana. Se trata de trazar puentes entre los conocimientos más biológicos y técnicos, necesarios para ejercer una ayuda sanitaria, y aquellos de índole humanística, porque lo importante no es solo saber tratar con el cuerpo humano, es también saber tratar con la persona.
Si hay amor a la humanidad, también hay amor a la ciencia
Hipócrates1
Si, por el contrario, se insiste tanto en esta especialización de forma que la medicina acabe por encerrarse o centrarse casi exclusivamente en las ciencias biológicas y técnicas, dando la espalda a los estudios humanísticos, en tanto que no son de “ciencias”, se corre el riesgo de llevar a cabo una deshumanización sanitaria en el trato con los pacientes, lo que puede derivar fácilmente en la objetivación del enfermo, en su cosificación. Ello implicaría ver al paciente no como persona, sino como objeto sobre el que trabajar y, en tanto que objeto, carente de sentimientos y valores. Cuando, por ejemplo, se le identifica al paciente con su enfermedad o con su tratamiento (“el de la neumonía”, “el de la diálisis”), en vez de referirse a él por su nombre, estaría operando ya ahí una suerte de conversión del enfermo en su patología, ocultando su dimensión más personal y específica. Como consecuencia de esta cosificación, la relación entre el personal sanitario y el enfermo puede tornarse fría e incluso con matices de indiferencia. Además, se suprime gran parte de la autonomía del paciente, al tratarlo como objeto pasivo y no como sujeto activo, lo que puede generar un sentimiento de impotencia en el mismo, en tanto que muchas veces no le queda otra opción que no sea darse al conformismo.
Ahora bien, entiendo que la relación entre personal sanitario y pacientes requiere de un sutil equilibrio, no puede ser una relación excesivamente fría, ya que se corre el riesgo de caer en la indiferencia. Pero tampoco puede ser una relación demasiado cercana, pues haría que el personal sanitario se viera sobrecargado emocionalmente. Podríamos decir, metafóricamente, que se trata de que haya calor humano, pero no tan fuerte como para que queme. No obstante, las complicadas situaciones por las que tantas veces pasan los sanitarios, cuya
Hipócrates, padre de la medicina, consideraba que esta ciencia curaba a algunos —siendo consciente de que no lo podía hacer con todos—, que, además, la medicina también trataba a muchos —aunque alguno quedaba para quien no había tratamiento posible— pero, a pesar de todo esto, no dudaba de que esta ciencia debía de tranquilizar a todos. La medicina nace así como una ciencia estrechamente ligada al humanismo, a ideales humanitarios, y cuyo campo de actuación no se limita al curar, sino que abarca también el cuidar. Porque incluso cuando ya no se puede tratar una enfermedad, siempre se podrá seguir acompañando al enfermo. La medicina también es una labor de acompañamiento, una labor humanitaria.
Hoy en día, desde que somos pequeños estudiantes, se nos insta a elegir un camino, a centrarnos en una rama de estudios. O eres de ciencias o eres de letras. A esto se le añade que cada vez se nos exige una mayor especialización. Elegir una sola ciencia de entre todas ellas ya no es suficiente, sino que además tenemos que escoger una única especialidad dentro de esa ciencia elegida. De esta forma, parece que la medicina es un camino aislado de las ramas de estudio más humanísticas y, sin embargo, la labor humanitaria que exige esta ciencia implica una conexión con los estudios más cercanos a la rama de las humanidades. La ética y la bioética, por ejemplo, son campos de estudio propios de las humanidades, pero que influyen activamente en la labor de un médico, pues, a las altas tecnologías que se están desarrollando en el ámbito médico, hay que llenarlas de interacción humana. Se trata de trazar puentes entre los conocimientos más biológicos y técnicos, necesarios para ejercer una ayuda sanitaria, y aquellos de índole humanística, porque lo importante no es solo saber tratar con el cuerpo humano, es también saber tratar con la persona.
Si hay amor a la humanidad, también hay amor a la ciencia
Hipócrates1
Si, por el contrario, se insiste tanto en esta especialización de forma que la medicina acabe por encerrarse o centrarse casi exclusivamente en las ciencias biológicas y técnicas, dando la espalda a los estudios humanísticos, en tanto que no son de “ciencias”, se corre el riesgo de llevar a cabo una deshumanización sanitaria en el trato con los pacientes, lo que puede derivar fácilmente en la objetivación del enfermo, en su cosificación. Ello implicaría ver al paciente no como persona, sino como objeto sobre el que trabajar y, en tanto que objeto, carente de sentimientos y valores. Cuando, por ejemplo, se le identifica al paciente con su enfermedad o con su tratamiento (“el de la neumonía”, “el de la diálisis”), en vez de referirse a él por su nombre, estaría operando ya ahí una suerte de conversión del enfermo en su patología, ocultando su dimensión más personal y específica. Como consecuencia de esta cosificación, la relación entre el personal sanitario y el enfermo puede tornarse fría e incluso con matices de indiferencia. Además, se suprime gran parte de la autonomía del paciente, al tratarlo como objeto pasivo y no como sujeto activo, lo que puede generar un sentimiento de impotencia en el mismo, en tanto que muchas veces no le queda otra opción que no sea darse al conformismo.
Ahora bien, entiendo que la relación entre personal sanitario y pacientes requiere de un sutil equilibrio, no puede ser una relación excesivamente fría, ya que se corre el riesgo de caer en la indiferencia. Pero tampoco puede ser una relación demasiado cercana, pues haría que el personal sanitario se viera sobrecargado emocionalmente. Podríamos decir, metafóricamente, que se trata de que haya calor humano, pero no tan fuerte como para que queme. No obstante, las complicadas situaciones por las que tantas veces pasan los sanitarios, cuya saturación de trabajo es palpable, tienden a bloquear sentimientos. Es muy duro tener que atender a muchísimas personas y sentirse a veces frustrado por no poder dar la atención que uno desea por las prisas y sobrecarga de trabajo. Frente a esta situación, es difícil poder atender como se debe a las necesidades emocionales y personales del enfermo, más allá de sus necesidades biológicas. Es curioso como, a pesar de que los hospitales sean instituciones destinadas a la curación de los pacientes, son lugares en los que mueren una gran cantidad de personas, sobre todo en los países más técnicamente desarrollados, y es justo en esos momentos en los que una persona siente cercana la muerte, en los que la concibe como una realidad próxima, cuando más busca sentirse rodeado, escuchado y apoyado en la presencia de los otros. Cerca de la muerte, cerca del fin de la humanidad, es cuando más humanidad buscamos.
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