La promesa: ¿salvación o condena?
¿Prometer da rumbo o nos encadena? Entre Arendt, Weil y Ferlosio, exploramos la tensión entre libertad, identidad y el peso del compromiso.
Prometer puede parecer un acto noble, incluso necesario: nos ofrece una brújula en medio de la incertidumbre. Así lo plantea Hannah Arendt, quien encuentra en la promesa la posibilidad de dar continuidad y coherencia a nuestras acciones futuras. La promesa es, para ella, ese suelo firme que contrarresta la imprevisibilidad de la acción humana. Pero, ¿qué ocurre cuando esa promesa se convierte en una jaula?
Simone Weil plantea una objeción radical. Prometer, sostiene, es atarnos tanto que dejamos de pensar. Como ejemplo, señala la afiliación a partidos políticos: una vez dentro, ya no se piensa desde uno mismo, sino “como el partido”. El compromiso se convierte en una cómoda renuncia al pensamiento. Lo peligroso, dice Weil, no es solo prometer, sino no volver a pensar jamás si lo prometido sigue teniendo sentido. En su visión, el ejercicio del pensamiento debe ser constante, incluso ante lo que se ha jurado.
Rafael Sánchez Ferlosio, por su parte, lleva esta crítica aún más lejos al analizar la amenaza como una forma de promesa. Quien amenaza está prometiendo que cumplirá su palabra si no se satisface cierta condición. Y una vez proferida, la amenaza se adhiere a la identidad del sujeto. De pronto, ya no es solo alguien que amenazó: es “el amenazador”, alguien que casi por obligación —como una ley natural— deberá ejecutar lo dicho. Ferlosio llama a esto la “síntesis de la fatalidad”: la promesa como un destino autoimpuesto que no admite escape sin traicionar la propia identidad.
Prometer, entonces, no es solo proyectar el futuro: es definirse, fijarse, encarnarse en una expectativa. Arendt valora la promesa como sostén de la comunidad; Weil la teme como posible muerte del pensamiento; Ferlosio la sospecha como fatalidad inevitable. Entre estos tres pensamientos, el lector queda suspendido: ¿hay forma de prometer sin dejar de ser libres?, ¿o toda promesa es ya el inicio de nuestra esclavitud?
Quizá, el verdadero reto está en no dejar de pensar, incluso después de haber prometido. Prometer no puede ser nunca sinónimo de obedecer a ciegas. Tal vez, entonces, la promesa más valiosa sea aquella que nos obliga —precisamente— a volver, una y otra vez, a pensar.
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