Pensando el amor junto a Ortega y Gasset
¿Qué es el amor? Ortega y Gasset nos deja algunas reflexiones para acercarnos a la compresión de este complejo sentimiento.
Parece que el mes de febrero ya se ha quedado con la etiqueta de ser el mes del amor. Las tiendas se llenan de corazones, bombones y tarjetas para regalar a quien se quiere. Nos gusta el amor, pero aún más nos gustan los amores, los cotilleos, la prensa rosa. Todo el mundo está pegado a las revistas o a las pantallas para enterarse de las nuevas parejas formadas entre famosos o influencers, o para saber cómo evolucionan las relaciones conocidas ya establecidas.
Desde hace dos siglos se habla mucho de amores y poco de amor1.
Resulta llamativo como en nuestro lenguaje se refleja un afán de posesión, que en verdad nunca está —o no debe estar— en las relaciones amorosas. Decimos “mi pareja” haciendo uso de un posesivo (“mi”), cuando el amor no llega a traducirse en una posesión, sino más bien en una permanente búsqueda, en un continuo querer que tenga el efecto de ser “injerto metafísico” en el otro. Esta expresión la utiliza Ortega y Gasset para poder explicar cómo es la relación que se da en una pareja, mostrando que, lejos de haber posesión, lo que hay es un seguir siendo uno mismo, pero con la presencia del otro. Una presencia que para este filósofo es ontológica. Cada cual sigue siendo quien es, pero con el ser del otro también en sí. Se trata de ser capaces de construir un nosotros, sin que nadie deje de ser, a su vez, uno mismo. Porque una persona no será “nuestra pareja” como nuestros son los cuadernos que tenemos, el móvil que usamos o demás cosas que poseemos; más bien será alguien con quien estemos como pareja. Y quiero resaltar este “con”, el ser injerto, no físico sino metafísico, en el otro.
Creo que no me arriesgo si digo que el momento que mayor impacto tiene en una relación amorosa es el del enamoramiento, por algo Ortega y Gasset le prestó tanta atención. Y es justo esto, atención, lo que nos encontramos en un enamoramiento. Pero una clase de atención especial, muy centrada en la otra persona y de gran intensidad. El problema es que es limitada, no podemos atender a todo a la vez, así que cuando concentramos tanta atención sobre una persona, ocurre que nos descuidamos de otras cosas. Es como si el mundo se difuminase y solo tuviéramos ojos para quien amamos. A esta situación el filósofo español la llama “encantamiento”, no obstante, en caso de que sea muy intenso, considera que sería mejor llamarlo “imbecilidad transitoria”. No cabe duda que este último concepto es de los más acertados para pensar el enamoramiento, porque, no lo neguemos, el amor nos vuelve un poco tontitos.
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